Ayer éramos 2.000 (o más) entre vecinos de la Barceloneta, gòtic, Born,
Raval, Ribera y otras partes de la ciudad. Todas hartas de aguantar el turismo
de borrachera que se instaló hace tiempo y que, por culpa de la mala gestión
del ayuntamiento, la cosa ahora está como está.
Cuando me instalé a vivir en Ciutat Vella (hace ya más de diez años) poco me podía imaginar que hacer vida normal
en el barrio, sobre todo en verano, sería tan complicado. Realizar tareas
cotidianas como ir a la compra o dormir una noche de un tirón se convierten en
toda una odisea. No hay sábado que no invierta casi dos horas en el mercado
(repleto hasta los topes de turistas que no compran pero hacen muchas fotos) ni
noche con gritos de guiris borrachos, que cantan bajo nuestro balcón, o de
víctimas del clásico tirón de bolso. Y, por lo que veo, no se trata de una
paranoia mía sino que es algo general. Barcelona, en los últimos años, ha recibido una masa tan enorme de turismo
que al final, no ha podido asimilar. De hecho, los números son alarmantes: 8 de
cada 10 personas que pasan por la Rambla son turistas. Entre tanto, el
ayuntamiento no para de vender las excelencias de una Barcelona de postal, tan
alejada de lo que es en realidad.
Todo esto no ha ocurrido de golpe sino que ya viene de lejos. Por desgracia, poco después de instalarnos en el barrio vivimos en primera persona los problemas de tener un piso turístico low cost en la puerta de al lado. Nuestros antiguos vecinos decidieron marcharse al campo a vivir y vender su piso a un indeseable que lo alquilaba a cualquiera que viniera con ganas de sangría y paellador. Fue un año (o más) de tortura pero al final, tras llamar cada noche a la Urbana, los vecinos del edificio conseguimos que el negocio acabara clausurado y el propietario, al no poder sacarle el rendimiento esperado, no le quedó otra que vender la casa a una familia estándar que, por suerte, ahora son nuestros vecinos.
Ahora bien, por lo que parece, los casos de pisos turísticos con
propietarios particulares en la Barceloneta son los menos ya que, según una
noticia aparecida en el Ara, el 25% están a nombre de empresas. Cosa que hace
sospechar que son los propios hoteleros quienes están detrás de este tinglado.
Al final, este turismo de alpargata que tanto ha favorecido nuestro
ayuntamiento, poca cosa buena aporta a la ciudad ya que, gracias a él nos
estamos transformando en un gran parque temático especializado en grandes
juergas. Lo que conlleva a la desaparición de cierto tipo de comercio
tradicional por otro muy distinto, sea de comida fast food, de copas de garrafón o, de latero de las Ramblas, para
los guiris más tirados.
Para terminar, aquí os dejo el documental Bye, Bye Barcelona. Aunque ya lo incluí en el post sobre el caso Can Vies, explica muy bien lo que estamos viviendo ahora.