Lo que hoy voy a contar viene a propósito
del Premio Nacional de Fotografía 2012 que ayer fue otorgado a Eugeni Forcano.
Esta mañana, al leer la noticia en la prensa,
he querido dedicarle una entrada ya que su trabajo me fascina y su trayectoria
laboral está muy alineada con la temática del blog. Pero poco me podía imaginar
que esta idea me llevaría a descubrir una bella historia de amistad gracias a
la ayuda de Javier Pérez Andújar
Antes de saber nada del premio mi
intención para hoy era escribir la crónica de la ruta de grafittis, realizada el pasado domingo junto a mis amigos los
Cazadores de Hermes, pero espero que ellos me sabrán disculpar si pongo a
Eugeni Forcano por delante del Street Art. A mi parecer, la ocasión lo
requiere.
Hoy la casualidad me ha vuelto a echar
una mano cuando buscaba material gráfico por la red para ilustrar el post.
Básicamente buscaba las portadas de Forcano para la revista “Destino”.
Rápidamente he dado con ellas pero
además he encontrado este retrato tan bonito de Javier Pérez Andújar, amigo de
la familia ausente desde hace ya unos cuantos años.
La foto es estupenda, en blanco y negro,
aunque no se vean esos ojos azules suyos tan bonitos. En seguida le he pedido que
me confirmara la autoría de la foto. Su respuesta ha sido afirmativa con el
añadido de que detrás hay “una historia
muy-muy bonita y épica” (cito textualmente su tweet de respuesta). Luego,
al cabo de poco he recibido por correo electrónico la historia del retrato y ha
sido tan emocionante que le he pedido permiso para plasmarlo en el blog, tal
cual Javier lo había escrito. Su respuesta “oh,
qué honor, muchísimas gracias Roser. Ahora me dejas flasheado a mí…” me ha
dejado casi sin palabras y al borde de soltar unas lágrimas de emoción. Mis compañeros de trabajo son
testigos. Después de eso me he pasado buena parte de la mañana en las nubes
pero ahora mismo comprenderán el motivo…
“Roser, bueno te cuento, pero fíjate que me da apuro,
siempre me siento raro contando cosas así, y sin embargo son las más bonitas de
contar.
Resulta que hace algunos años que conozco a Forcano,
quizá sean diez. Una vez entramos en contacto a través de su gran amiga Roser
Martínez Rochina (fotógrafa aficionada y pionera de la crítica fotográfica en
España --si no la conoces investígala, Roser, también es genial).
Al principio iba a verle a su casa, cerca de la
iglesia de san Gervasio consagrada a los santos San Gervasio y San Protasio.
Por aquella zona también vivía el dibujante Escobar y por eso el amigo de
Carpanta se llama Protasio.
Pero volvamos a Forcano. Iba a verle porque me
encantaban sus fotos, las portadas que hacía en los sesenta para la revista
Destino, y él era un señor amable, generoso, ya entonces mayor, que abría y
abría cajas gigantes planas llenas de fotografías enormes, como posters, en
papel, todo blanco y negro. Pero el blanco y negro estaba sólo dentro de las
cajas, fuera, su casa, era un cañonazo de colores psicodélicos. La casa de un
artista. Sobre todo la parte que había dedicado a su estudio, decorada con
restos de los encantes, estatuas de santos, palomas de yeso, colgantes dorados,
lámparas niqueladas...., la parte familiar era más doméstica, de muebles de
abrillantador y tapete blanco de ganchillo. Pues ahí iba algunas tardes a
hablar con él y con Roser, de su trabajo, de Forcano, de qué sentía al
disparar, hablábamos siempre más de sentimientos que de técnica. Aún no le
había llegado el reconocimiento que tanto le han negado hasta recientemente,
pero tampoco le daba importancia y de esa manera, mientras estaba a su lado, conseguía que dulcemente
nadie se la diera. El caso es que por aquel entonces publiqué mi primer libro
en Tusquets, y se me ocurrió la majadería de pedirle a él que me hiciera la
foto. Por amistad y por querer ser un personaje tardío de la Barcelona de
Destino. Pero había una cosa que Forcano nunca me había contado, nunca en todo
ese tiempo, que llevaba dieciséis años sin hacer una sola fotografía. Si lo
hubiera imaginado no me hubiera atrevido a pedirle nada. Y sin embargo...: dijo
que esta vez sí que le hacía ilusión volver a salir a la calle con la cámara.
Imagínate qué mañana pasamos, Roser, con su maquinaria alemana, aparatos
negros, cuadrados, fuertes como tanques, paseando por las calles que fotografió
en la época que te digo. El Borne, la Ribera, los callejones detrás de la
catedral..., de repente volvió a ser todo de piedra y antiguo y te juro que
aparecían los fantasmas de la vieja Barcelona para que Forcano volviera a
fotografiarlos. Ay, y Roser, qué astuta que fue!!! Ella lo sabía todo y no me
dijo nada para que no me rajase, pues antes de pedirle nada a Forcano le había
preguntado a ella qué le parecía mi temeridad. Así, hizo una serie de fotos,
que me tienen hecho polvo. En ese paseo, toda la mañana andando, descubrí cómo
trabajaba realmente, cómo localizaba, qué encuadres buscaba, qué le gustaba,
cómo Forcano cuando salía con la cámara no era más que un alfiler solitario a
merced de los rayos de luz. Forcano es
la búsqueda de la luz por encima de la búsqueda del hombre del retrato, y en
ese sentido es un místico (lo que encaja con los santos de escayola que hay en
su estudio).
Luego, alguna vez, ha expuesto alguna de aquellas
fotos y he creído morirme. Es genial, que le hayan dado el premio nacional.
Ahora mismo le llamo para ver cómo le quita importancia también a esto.
Y en fin, espero que te haya servido este rollazo para algo. Saludos a abs"
Ese primer libro publicado por Tusquets del que habla Javier es "Los príncipes valientes" y la fotografía de Forcano ilustraba el lomo
interior del libro, allí donde aparece la biografía del autor.
Para acabar les diré que mi amiga Neus tenía razón cuando decía que “las cosas no suceden al azar”,
en su post sobre la presentación de “La Barcelona subterránea” de Mireia Valls. Últimamente me ocurren demasiadas cosas buenas de forma
“casual”. Hasta mi encuentro fortuito
con el propio Javier hace unos días en el Pati Llimona ahora cobra sentido para mi.
Miles de gracias Javier por haberme
contado esta historia tan personal, aunque te diera apuro... Y encima
permitirme publicarla. ¡Mira qué hora
es y aún sigo en las nubes!