El capítulo que he escogido para esta semana es el dedicado
a los paseos públicos y lo he hecho por ser una descripción realista y a la vez
llena de ironía de unos cuantos lugares que los barceloneses conocemos muy
bien. El Passeig de Sant Joan, la Rambla (que ocho años después conoció Hans Christian Andersen) y el Passeig de Gràcia
son algunos ejemplos. Pero también habla de otros espacios que ya no existen y,
por tanto, más desconocidos para nosotros como los Campos Elíseos que eran unos
grandes jardines con parque de atracciones incluido y que ocupaban varias
manzanas del Eixample (desde la Diagonal hasta la calle Aragó). Hoy en día
tampoco queda nada del Jardín del General que se ubicaba entre la actual
avenida del Marquès de l’Argentera y la Ciudadela, frente l’Estació de França.
Y el Tívoli de ahora no es como el de 1854 que estaba al aire libre y se
celebraban bailes y conciertos, aunque sí coincide la ubicación.
En fin, que la Barcelona decimonónica tenía unos cuantos
paseos públicos donde salir a pasarlo bien. Algunos siguen ahí y los
barceloneses del siglo XXI solemos pasear por ellos. Otros fueron borrados del mapa en posteriores
remodelaciones urbanísticas pero tenemos la suerte de conservar documentos
históricos como la guía de Miguel Angelón que dejan constancia de lo que hubo
una vez.
“PASEOS PÚBLICOS
El paseo nuevo, o de
San Juan, está formado por siete calles de árboles y dos hileras de faroles,
cuya brillante luz convierte de noche aquel sitio en un edén de oscuridad.
Ocupan su calle céntrica cuatro surtidores, en cuya destrucción compiten y
compitieron la porquería, las piedras de los muchachos y los cañones de la
ciudadela. Los vigilantes que cuidan de la conservación de aquel paseo, tienen
un continente gallardo, marcial e imponente. Al que no le falta un brazo, le
faltan dos piernas; unos no tienen pies, y otros ni pies ni cabeza. Así no
queda piedra en su sitio, árbol sano ni flecha de hierro en respaldo de banco.
La concurrencia al sitio es brillante;
de día, nodrizas con sus niños chupa que chupa, y criadas con asistente
charla que charla. Cuando llega la noche, tienden su vuelo por aquel espacio
pájaros de casta desconocidas, con alguna que otra lechuza que va a recoger lo
sobrante del aceite de los faroles.
El passeig de Sant Joan con la fuente de la Caperucita roja, obra de Josep Tenas Aliva (1921) |
El jardín del General,
según era antes, y modernamente el jardín municipal, es un gasto supérfluo que
la ciudad sostiene. Con que el ayuntamiento comprara una alfombra floreada, de
no muchas varas de extensión, y la extendiera en aquel sitio, el resultado
vendría a ser el mismo. Por supuesto, se tendrían que poner algunas jofainas de
agua puerca figurando surtidores, una jaula con tres jilgueros y un mochuelo
para asustar a las criaturas.
El paseo de la Rambla
es un verdadero salón de baile de máscaras, donde simultáneamente corren
bromazo padres y madres, hijas e hijos. Los trajes varían caprichosamente: los
hay de novios, trajes semiseros y caretas dadas de almazarrón; los hay de
suegra, traje de bruja; los hay de solterones con alas y aguijón de mariposas,
zumbando en torno a las niñas, traje de rosas, desde el capullo hasta la rosa
plena. En este sitio no es extraño que de un codazo le dejen a uno los botones
del frac metido dentro de las costillas o que de un pisotón le hagan ver las
estrellas a mitad del día.
La Rambla vista por Opisso durante una "Diada del llibre" en los años 20 |
El paseo de la Muralla
del mar tiene un piso el más a propósito algunas veces para enterrarse uno en
vida. Corren por él unas brisas reumáticas muy poco apetitosas; y cuando sopla
el sur, los concurrentes disfrutan del espectáculo más sorprendente, cual es
los buques anclados en el puerto bailando un vals infernal.
La muralla de mar retratada por Joan Martí i Centelles (Arxiu Fotogràfic de Barcelona) |
El de Santa Madrona es
el paseo lazatero, frecuentado por los que van a medicarse con los baños rusos.
Últimamente ha aparecido allí una farola por arte de birbibirloque, cuya
procedencia, género y gusto son desconocidos.
la calle Sta Madrona en 1854 era conocida como "paseo" que albergaba esta casa de baños |
El paseo de Gracia no
ofrece más inconveniente que el de tragar polvo a todo pasto o verse
atropellado por un carruaje al atravesar alguna de sus calles. Recientemente se
han colocado en este sitio faroles de gas, a los cuales deseamos larga vida y
mejor luz. Hay unos surtidores cuyos juegos distan mucho de ser los de
Versalles o la Granja; en verano provocan la sed, y en invierno aumentan el
frío. Este paseo ofrecía tanta seguridad a los pacíficos transeúntes, que la
autoridad, por mera precaución, ha
debido colocar más centinelas que hay en un campamento.
El passeig de Gràcia en 1912 |
Los Campos Elíseos es
un paseo deliciosísimo, con juegos muy entretenidos y muy caros. Allí puede uno
marearse en el columpio, dormirse en los caballitos, desnucarse en las montañas
rusas, descomponerse la muñeca en el regulador de los puñetazos, atolondrar en
el peón holandés, fastidiarse en el billar a la inglesa, bogar en un barreño de
agua, dejarse arrastrar por dóciles cabritos, perder la paciencia en la paloma,
reventarse bailando, pillar una indigestión en la fonda o coger una turca en el
café. Todo esto proporcionan los Campos Elíseos por menos de 80 reales diarios.
La montaña rusa de los Campos Eliseos fotografiada por François Marie Gobinet sobre 1854 |
El Tívoli es un sitio
de recreo. De cuando en cuando se ilumina a la veneciana. Y a fe que si Venecia no tiene mejores luces, muy a menudo se quedará a oscuras. Sopló una cierta
noche un poco de viento, y a lo mejor el salón de baile se fue por los aires
bailando la polca. En este sitio por media peseta se recrean los cinco
sentidos: ver, oír, oler, gustar y tocar.
El Criadero es un
paseo de pintoresca y picaresca situación. Tiene árboles y luego más árboles, y
después árboles, y por variar otros árboles, y un café entre árboles, donde por
lo regular se sirve de todo menos lo que el consumidor pide. En recompensa, si
las dosis son malas y escasas, el precio es caro; y en lloviendo, los
concurrentes toman un baño gratis.
La Fuente de Jesús
tiene un aspecto campestre muy pronunciado y una agua riquísima que, por
supuesto, habiendo vino, nadie bebe. A un lado del salón hay un establo y cerca un estercolero, y andando por entre
las piernas de los concurrentes unos falderitos que el más débil descabezaría
un hombre de un bocado.
El Jardín de la Ninfa,
de ninfa silvestre será. Frecuentemente lo más selecto de cierta aristocracia
se reúne bajo su entoldado, donde con la mayor frescura en invierno y con el
mejor calor en verano, entra y baila todo el que quiere y paga, con la
condición precisa de no ir en mangas de camisa ni con zamarra. Estas son
precauciones adoptadas por los dueños para que la escogida concurrencia no se
vea obligada a alternar con gente de poco más o menos.”
Para terminar con los paseos debo decir que no he encontrado fotos de ninguno de los cuatro últimos (Tívoli, Criadero, Fuente de Jesús y el Jardín de la Ninfa) pero, por lo que he podido saber, todos se hallaban en el Eixample a lo largo del passeig de Gràcia.