martes, 24 de junio de 2014

Charles d’Espagnac (el Conde de España), un villano de nuestra historia

Retrato de Charles d'Espagnac (el Conde de España)
Investigando sobre un tema en el que estoy trabajando, he descubierto un montón de cosas de las que, hasta ahora, sabía poco o nada.  Una de ellas es que en plena Edad Media había, en Barcelona, un jardín donde convivían osos, guepardos, leones, avestruces y no sé cuantas más especies de animales y que  ya conté hace poco en el blog.

Lo que ahora he descubierto es la historia de un hombre malo. Terriblemente malo. Vivió en el siglo XIX y amargó la vida de nuestros antecesores. Era tan malvado que murió asesinado por su propia gente, los carlistas, a los que se había unido. Lo cogieron por sorpresa mientras cruzaba un puente sobre el río Segre. Luego le desfiguraron la cara con un cuchillo y lo tiraron al río con una gran piedra atada al cuello para asegurarse que el cuerpo fuera directo al fondo.  Era Charles d’Espagnac, también conocido como el Conde de España.

Litografía de Planes, representando la muerte
del Conde de España (Fototeca.cat)
Hace unos días supe de su existencia al buscar información sobre la Plaza de la Verónica en “Las calles de Barcelona” de Víctor Balaguer. El autor cuenta que el Conde hizo allí un auto de fe y quemó más de 2.000 libros procedentes de la selecta biblioteca de un médico que, casualmente, era pariente del mismo Víctor Balaguer. Según sus propias palabras “… más de dos mil volúmenes fueron llevados a la plaza de que hablamos, y allí se hizo con ellos un gran fuego. El general, siempre rodeado de mozos de escuadra, permaneció allí hasta que todo estuvo reducido a cenizas”.

Leído esto, mi curiosidad me llevó hasta un par de artículos publicados en “El País”. Uno,  de Xavier Theros y el otro de Juan Carlos Losada (autor  junto a Gabriel Cardona, del libro “Malos de la historia de España”). En ambos textos, Theros y Losada describen con todo detalle las barbaridades que esa mente enferma llegó a cometer.  Se trataba de un personaje excéntrico, violento, misógino y muchas cosas más aunque ninguna buena.


Charles d'Espagnac era un francés nacido en 1775. Su padre era el marqués de Espagnac, motivo por el cual Charles pudo entrar a servir en la corte de Luís XVI a muy temprana edad hasta el momento de empezar la Revolución Francesa (1789), en que él y su familia huyeron a Inglaterra y luego a España, donde vinieron en 1792.

Charles llegó a España con ganas de venganza y en seguida se puso al servicio del rey Carlos IVcastellanizó su nombre, cambió su apellido Espagnac por España y siguió sirviendo al rey de turno. Ahora Fernando VII, que le dio el título de Conde, además del de Jefe de la Guardia Real.

Retrato de Fernando VII (Francisco de Goya, 1814)
Mientras, en Cataluña empezaban las primeras revueltas anti monárquicas y, para acabar con ellas, Fernando VII y el Conde (en calidad de Capitán General) vinieron a Barcelona donde empezó el baile de prohibiciones: el pelo largo y llevar bigote, las trenzas de las mujeres (a quienes se perseguía tijeras en mano para cortarles el pelo), los anuncios de anti hemorroides publicados en la prensa…

El Conde mandaba perseguir y erradicar todo lo que, según él, fuera inmoral. Él era un hombre de profunda religiosidad, de misa diaria y de esos de “a Dios rogando y con el mazo dando”  aplicado de forma literal, ya que obligaba a rezar el rosario en todas las fábricas, justo antes de acabar la jornada laboral y, quien se negara, acababa en prisión.

Además, dicen que le gustaba beber. Solía mezclar en un mismo vaso aguardiente y ron provocando, en su cuerpo y su mente, un efecto devastador. Una vez, no sé si tras tomarse un trago de su brebaje favorito, vio a dos chicos bien vestidos paseando por el puerto. Los llamó desde el balcón de su palacio y los llevó ante su presencia para mofarse de su aspecto refinado. Luego, como castigo, los mandó subir a un barco que se dirigía a Cuba y, durante el viaje, uno de los chicos murió.

En otra ocasión, ordenó fusilar un caballo porque el animal lo había tirado al suelo. Otro día, hizo que le subieran su caballo hasta el balcón de palacio para saludar, subido a lomos, a un grupo de holandeses que acababan de llegar al puerto.


En Barcelona sembró el terror. Lo consiguió a base de ejecuciones masivas, en solo un par de años (1828-1829), de las que los ciudadanos se enteraban por los cañonazos que el Conde ordenaba lanzar tras cada ejecución. Por eso no es de extrañar que su vida acabara como acabó. 

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