sábado, 22 de noviembre de 2014

Tots els meus carrers: la Barcelona de Xavier Theros



El pasado jueves 20 de noviembre acudí a la antigua Fábrica Lehmann con algunos de mis compañeros “Cazadores de Hermes”. Estábamos allí, en la sede de la editorial Comanegra, para asistir a la presentación del nuevo libro de Xavier Theros, Tots els meus carrers, ilustrado con fotografías de Consuelo Bautista. Un relato autobiográfico ambientado en la Barcelona de su infancia y juventud en el barrio de Sants.

El papel de maestro de ceremonias recayó en Sergio Vila-San Juan, el escritor, periodista y  actual director del suplemento Culturas de La Vanguardia. Además, conoce bien a Xavier, cosa que se nota y se agradece cuando vas a la presentación  de un libro que sabes que te gustará.

Es una obra arriesgada e innovadora, tal como decía Vila-San Juan, porque mezcla recuerdos personales con la crónica objetiva de la ciudad. Algo que, hasta ahora, nadie se había atrevido a hacer. Y si lo que Sergio y Xavier pretendían, con su charla, era crear expectativa e interés por el libro, desde luego lo consiguieron. Leyéndolo, será la única forma de conocer las aventuras inexplicables del tío Enrique, que era anarquista y del que, cuando se hablaba de él, la familia siempre acababa por advertir que “això que t’explico no ho diguis a ningú”. Historias que me hicieron pensar en las aventuras del Capitán Puig, un aeronauta loco protagonista de las reuniones de mi familia ya que, el día de la Mercè de 1939, acabó colgado del balcón de mis abuelos. O de mi abuelo materno, al que no llegué a conocer y que las pasó canutas metido en una checa de la FAI durante la guerra civil. Todas, historias anónimas que si no fuera por las consultas a la hemeroteca, las entrevistas realizadas a sus protagonistas o sus diarios personales, poco o nada habríamos sabido de ellos porque forman parte de la historia no escrita. La que no aparece en los manuales ni se explica en las escuelas.


Xavier sabe innumerables anécdotas dignas de ser contadas. De algunas, ya ha hablado en libros anteriores, en sus artículos de prensa o en entrevistas como la que le hice en este blog. Relatos sobre el pasado espiritista de las mujeres de su familia, el miedo a la catalepsia o las aventuras del pintor y policía Ángel Cánovas, por poner unos poco ejemplos.

Yo, que no suelo pedir a los autores que me firmen sus libros, esta vez me decidí a hacerlo por las palabras de Joan Sala, el editor de Comanegra. Aseguraba estar convencido que, dentro de 50 años, los libros de Theros valdrán una fortuna en las librerías de segunda mano ya que, si ahora son tan buscadas y valoradas las crónicas barcelonesas de entre 100 y 50 años atrás, las suyas aún lo estarán más. Eso espero. Pero lo que sí es seguro es que, ahora, todo lo que escribe y cuenta Xavier me gusta, me interesa y, además, me ha servido para descubrir cosas realmente increíbles. 



viernes, 14 de noviembre de 2014

Cosas de "Las guerras silenciosas" que me cuenta Jaime Martín




Cuando entrevisté a Jaime por primera vez a raíz de la reedición de Sangre de barrio por Norma Editorial ya me habló de Las guerras silenciosas. Entonces estaba en pleno proceso de elaboración pero no fue hasta el pasado Salón del Cómic deBarcelona (2014) que se publicó en España. Antes ya lo había hecho en Francia, tal como últimamente le suele ocurrir, que primero lo editan en el país vecino (donde la industria del cómic es muy potente) y luego en el suyo propio. Por eso hemos tenido que esperar tanto tiempo para disfrutar de una historia real, vivida por su padre durante el tiempo en que estuvo en Ifni realizando el servicio militar.

Esto ocurría en 1962, solo cuatro años después del alto al fuego de un conflicto armado, jamás declarado oficialmente ni tampoco terminado. Para los españoles parecía que nunca hubiera pasado. De hecho, las autoridades franquistas se encargaron de ocultarlo a la sociedad hasta el punto que muchos de los jóvenes que empezaban la mili allí lo hacían si saber qué había sucedido poco tiempo atrás.

He leído este cómic un par de veces. La primera, poco antes de su edición española y, a medida que lo hacía, se me ocurrían tantas cosas de las que hablar con Jaime que decidí entrevistarlo. Lástima que, entre unas cosas y otras, el tiempo fue pasando y yo sin decirle nada de nada… Hasta que hace unos días le puse remedio al asunto y ahí está el resultado.


¿Qué te llevó a contar la mili de tu padre?

En cierta forma no se me ocurrió, simplemente estaba ahí. Mi padre nos contaba sus aventuras en Ifni desde que éramos niños, continuó siendo veinteañeros y siguió cuando llegamos a la cuarentena. Mi madre se lo tomaba a risa, pero el asunto empezaba a ser preocupante. Mi padre tenía una fijación con su servicio militar. Desde el punto de vista historietístico siempre me pareció interesante, pero no me veía capaz de abordarlo, te hablo de 15 años atrás, así que lo dejé aparcado. Creo que en 2006 hice un intento, dibujé unas viñetas, escribí algo, pero en seguida lo abandoné. Luego, al releer la libreta de memorias de mi padre y descubrir algún documento nuevo, volví a tener esa sensación de que ahí había algo interesante.


Con “Las guerras silenciosas” es casi inevitable pensar en otros cómics como El arte de volar y Un largo silencio que, aunque tratan de otra guerra, cuentan también la historia de los padres de sus autores, Gallardo y Altarriba.

Claro. Cuando recibes una historia de tus padres, algo que les marcó de alguna manera, lo tratas como un tesoro, con un gran respeto. Desde mi punto de vista hay dos opciones para trabajar con una historia personal de esas características: Convertir el relato en una historia de ficción, trastocándola si fuera necesario para adecuarla a los cánones al uso, o bien contar la historia tal como la vivieron tus padres, en la medida de lo posible, e incluyéndoles como protagonistas. Yo opté por la segunda, como en los ejemplos que ponías. A mis padres no les hubiera importado que hubiese tirado por la primera vía, pero para mí era más respetuoso hacia ellos tratar la historia tal como lo hice. Para ellos fue un regalo. Aunque mi madre no llegó a ver el álbum publicado, sí conoció e intervino en buena parte del proyecto. De cara al lector también creo que es mejor, más honesto, trato de presentar unos hechos de la forma más realista posible, sin aspavientos ni fuegos artificiales.



Debo reconocer que en algún momento, mientras escribía el guión, me arrepentí de no haber llevado la historia por la vía de la ficción, donde siempre hay el cobijo, si se quiere, de los estándares, de los patrones a seguir.  No dejaba de torturarme a mí mismo pensando que aquello no podía interesar más que a cuatro nostálgicos de Sidi-Ifni, que Dupuis, la editorial para quien realicé el álbum, me diría que aquello le importaba menos que cero a los lectores franceses… Afortunadamente me equivoqué y la acogida ha sido extraordinaria.


El caso de Altarriba y Gallardo es algo distinto ya que fueron ellos quienes instaron a sus padres a escribir las memorias, muchos años después. En cambio, el tuyo las escribió tras acabar el servicio militar. ¿Por qué lo hizo?

Recuerdo haberle oído decir que aquellos 18 meses fueron los más intensos de su vida. No sé si lo dijo muy en serio o no, en cualquier caso le marcó profundamente y quiso dejar constancia de ello, para no olvidar ni un detalle. Escribió muchas páginas, tantas que tuve que descartar un montón de anécdotas e historias muy buenas. Y a pesar de escribir todo aquello, se aseguró que también las recordarían sus hijos y esposa, por eso nos las contaba una y cien veces.


En cierta forma lo comprendo. Mi padre le deslizaba notas de amor a mi madre bajo la puerta del patio donde vivía. Tenían 8 o 9 años. Luego, con 18, empieza a descubrir un montón de cosas excitantes, en aquellos años grises, y cuando está en el mejor momento de su vida, cuando se ha enrollado con la chica que siempre quiso desde niño, lo raptan y lo mandan a un territorio desértico, en el continente africano, donde tres años antes han estado en guerra y las hostilidades pueden reanudaste en cualquier momento. Hambriento, sediento, comido por los chinches…


No vino ni una vez a la península. Bueno, como mínimo es para enfadarse… Y en cierta forma ese es un elemento recurrente en mis historias. Esa oposición entre el mundo de los jóvenes y el de los adultos. Esa odiosa barrera que una vez traspasada te convierte en una oveja más del rebaño, cargada de ataduras y responsabilidades que impedirán que te conviertas en un elemento autónomo, crítico… peligroso.


Lo mandaron a Ifni, en 1962, sin tener ni idea de lo que había pasado allí pocos años antes.

Parece ser que entre los jóvenes de la época se comentaba con cierta extrañeza la cantidad de reclutas que se enviaban a África. No sabían muy bien por qué, pero habían muchas posibilidades de que te tocase aquel destino. Y en su caso también fue así.

Franco ya se ocupó de pasar de puntillas por el tema. La información fue mínima y maquillada a medida. Nadie supo de esa guerra, en todo caso se trató de una escaramuza de bandidos mal armados. Si el conflicto se hubiese vuelto a reproducir, no hubieran salido bien parados, como ya ocurrió en 1958. Era un ejército pésimamente equipado, mal alimentado y, lógicamente, sin ninguna motivación.


Y tu madre, en Barcelona, esperándolo casi dos años. Esa también es otra historia, la de las chicas que se quedaban en casa esperando la vuelta de sus novios en pleno franquismo.

La parte civil del álbum era el complemento necesario, el contrapunto que daría a la historia la dimensión que necesitaba. Fue una sugerencia de mi madre. La historia no sería nada sin ese punto de vista que permite completar el círculo.

Esta parte de la historia ayuda a comprender la maquinaria represora franquista. Ese trabajo de fondo que hacía mella en las mujeres, orientándolas a un papel de esposas, madres y guardianas de la fe y las buenas costumbres. Mi madre confesaba que se sintió un poco avergonzada de habernos tenido demasiado tarde. Mis dos hermanos y yo nacimos cuando ella ya había cumplido los 27, imagina cómo era la presión social para llegar a sentirse mal por ser madre de tres niños con esa edad.


Me gusta mucho este cómic porque mezclas muy bien tu propio presente con la juventud de tus padres. Dos épocas muy distintas…

Siempre me ha gustado mucho trabajar los contrastes. Es cuando trabajas la oposición entre caracteres, situaciones o lo que sea, que empiezas a disfrutar de una historia. Puedes tomar partido por uno u otro, o simplemente observar lo que se muestra sin más. Pero enfrentar elementos dispares siempre mueve neuronas, favorece la discusión, los momentos de humor…



A menudo recuerdo lo bien que me lo pasé con algunas portadas que hice para la revista El Víbora, en los 90, donde explotaba este tipo de situaciones.


Se te ve sufrir un montón a la hora de elaborar el guión. ¿Tanto te costó hilvanar la historia?

El guión siempre es la parte que más me cuesta, pero en este trabajo fue más duro aún. Yo intentaba contar esa historia personal, pero sin olvidar en ningún momento que hacía un tebeo para el resto de la gente. Ellos no tienen por qué estar interesados en lo que vivió mi padre durante su servicio militar. Encontrar el tono adecuado y conseguir el equilibrio necesario para que todos pudieran sentir la historia como suya me obsesionaba. Quería una historia para los lectores, para mis padres y para mí. Sí, la historia también tiene que ser para mí, porque trabajaré en ella durante más de un año, día a día, y si no tengo un fuerte compromiso con el proyecto puede convertirse en algo aburrido y tortuoso, y uno no se dedica a hacer tebeos para aburrirse. Así que escribí de forma lenta y reflexiva, luego reescribí una gran parte y trabajé de forma más visceral, y acabé haciendo un storyboard completo, cogiendo lo mejor de cada borrador.


La cuestión es que tu padre lo pasó fatal. En cambio, a vosotros, de niños os contaba otra cosa... Como si hubiera vivido una gran aventura fascinante.

De pequeños no quería contarnos desgracias, claro, así que nos explicaba aventuras, como cuando amaestró una ardilla y cosas así. Luego, de adultos, fuimos conociendo las partes menos divertidas de su mili, todas las incomodidades, el hambre, los parásitos… Lo peor lo guardó en su libreta. Trató de arrinconar su frustración en aquellas páginas y contar lo menos malo, como tratando de olvidar que le robaron un tiempo precioso, el más valioso, el tiempo de la juventud. En la libreta se aprecian momentos de odio hacia los superiores, como cuando abusan de su autoridad y golpean a los reclutas, o situaciones similares.


¡Este relato te ha dado para mucho! Hasta el argumento para tu nuevo cómic en el que estás trabajando ahora, ¿no?

Estoy trabajando en la historia de mis abuelos maternos. No es una continuación de Las guerras silenciosas, no soy amante de las series. Simplemente tiene en común que es también una historia familiar, anterior en el tiempo, donde algunos personajes repiten.


Volviendo al tema de la oposición entre el mundo de los jóvenes contra el de los adultos, trataré de cómo el conflicto les privó de aquello que les hubiera tocado vivir como chavales de 20 años que eran. Los dos vivieron acontecimientos extremadamente violentos que les marcaron para siempre. Mi abuela, con 80 años cumplidos, aún lloraba cuando recordaba a sus amigos asesinados por los fascistas, tirados en la calle a modo de ejemplo. Es una historia muy difícil, donde se mezcla lo personal y lo histórico. A mí me gustan las historias pequeñas, por eso la parte personal tiene más protagonismo, mientras que el contexto histórico es algo que simplemente está ahí y no se puede eludir. Será la "Historia" contada por mis abuelos, la que ellos vivieron, no la de los libros. No me preocupa que pueda parecer parcial, me limito a contar cómo vivieron ellos esos años.



martes, 4 de noviembre de 2014

En una semana, "de la Vanguardia al Sidecar" en la Fundació Setba


Fundació Setba: De la Vanguardia al Sidecar

Quien se acerque la semana que viene a la Fundació Setba descubrirá que, a finales del siglo XIX, el diario La Vanguardia tenía la redacción y los talleres en un local de la calle Euras (actualmente Heures), esquina con la Plaza Real. Años después se trasladó a una nueva ubicación y, en su lugar, apareció el Texas. Un bar en cuyo sótano se reunían los marineros de la Sexta Flota, las prostitutas que los seguían y alguna que otra chica deseosa de pescar un novio norteamericano. 


Foto: Nat Farbam, Life

Luego, cuando la US Navy dejó de venir, el Texas casi se hundió. ¡Suerte de una noche en que Xavi Cot se pasó por allí, entabló conversación con la propietaria y acabó acordando la realización de un concierto punk y, tal como lo explica él mismo  en La web sense nom, a partir de entonces el Texas se convirtió en un feudo punk, sucio y cochambroso en el que conciertos, peleas y redadas fueron lo habitual hasta que Roberto Tierz se hizo cargo del bar y lo abrió como el Sidecar.




Ahora, gracias a su largo historial, la Fundació Setba le dedica esta exposición integrada en lo que llaman “La memoria de la plaza”Un proyecto destinado a rememorar la historia de los 16 locales de la Plaza Real y que empezó hace  justo un año con el Taxidermista. De hecho, gracias a esa primera exposición, entré en contacto con los responsables de Setba y empezó una excelente relación que siguió con la posibilidad de exponer en sus instalaciones (con los Cazadores de Hermes) y continuó con la oportunidad de colaborar en “De la Vanguardia al Sidecar”.

Como no quiero desvelar sorpresas, tan solo diré que nadie se la debería perder. Especialmente, si os gusta conocer la historia de nuestra ciudad, fuisteis clientes del Texas o bien lo sois del Sidecar.

Hay tiempo de sobras para verla ya que la inauguración será el próximo 13 de noviembre y permanecerá abierta al público hasta el 31 de enero de 2015. Además, en el tiempo que dure la muestra, se realizarán diversas actividades que no me pienso perder. Para más información, echad una ojeada a la web de la Fundació, que allí está todo detallado.