Cuando
entrevisté a Jaime por primera vez a raíz de la reedición de “Sangre de barrio”
por Norma Editorial ya me habló de “Las guerras silenciosas”. Entonces estaba
en pleno proceso de elaboración pero no fue hasta el pasado Salón del Cómic deBarcelona (2014) que se publicó en España. Antes ya lo había hecho en Francia,
tal como últimamente le suele ocurrir, que primero lo editan en el país vecino (donde la industria del cómic es muy potente) y luego en el suyo propio. Por eso hemos tenido que esperar tanto tiempo para
disfrutar de una historia real, vivida por su padre durante el tiempo en que
estuvo en Ifni realizando el servicio militar.
Esto
ocurría en 1962, solo cuatro años después del alto al fuego de un conflicto
armado, jamás declarado oficialmente ni tampoco terminado. Para los españoles
parecía que nunca hubiera pasado. De hecho, las autoridades franquistas se
encargaron de ocultarlo a la sociedad hasta el punto que muchos de los jóvenes que
empezaban la mili allí lo hacían si saber qué había sucedido poco tiempo atrás.
He leído
este cómic un par de veces. La primera, poco antes de su edición española y, a
medida que lo hacía, se me ocurrían tantas cosas de las que hablar con Jaime
que decidí entrevistarlo. Lástima que, entre unas cosas y otras, el tiempo fue
pasando y yo sin decirle nada de nada… Hasta que hace unos días le puse remedio
al asunto y ahí está el resultado.
¿Qué te
llevó a contar la mili de tu padre?
En cierta
forma no se me ocurrió, simplemente estaba ahí. Mi padre nos contaba sus
aventuras en Ifni desde que éramos niños, continuó siendo veinteañeros y siguió
cuando llegamos a la cuarentena. Mi madre se lo tomaba a risa, pero el asunto
empezaba a ser preocupante. Mi padre tenía una fijación con su servicio militar. Desde el punto de vista historietístico siempre me pareció
interesante, pero no me veía capaz de abordarlo, te hablo de 15 años atrás, así
que lo dejé aparcado. Creo que en 2006 hice un intento, dibujé unas viñetas,
escribí algo, pero en seguida lo abandoné. Luego, al releer la libreta de memorias
de mi padre y descubrir algún documento nuevo, volví a tener esa sensación de
que ahí había algo interesante.
Claro.
Cuando recibes una historia de tus padres, algo que les marcó de alguna manera,
lo tratas como un tesoro, con un gran respeto. Desde mi punto de vista hay dos
opciones para trabajar con una historia personal de esas características:
Convertir el relato en una historia de ficción, trastocándola si fuera
necesario para adecuarla a los cánones al uso, o bien contar la historia tal
como la vivieron tus padres, en la medida de lo posible, e incluyéndoles como
protagonistas. Yo opté por la segunda, como en los ejemplos que ponías. A mis
padres no les hubiera importado que hubiese tirado por la primera vía, pero
para mí era más respetuoso hacia ellos tratar la historia tal como lo hice.
Para ellos fue un regalo. Aunque mi madre no llegó a ver el álbum publicado, sí
conoció e intervino en buena parte del proyecto. De cara al lector también creo
que es mejor, más honesto, trato de presentar unos hechos de la forma más
realista posible, sin aspavientos ni fuegos artificiales.
Debo
reconocer que en algún momento, mientras escribía el guión, me arrepentí de no
haber llevado la historia por la vía de la ficción, donde siempre hay el
cobijo, si se quiere, de los estándares, de los patrones a seguir. No dejaba de torturarme a mí mismo pensando
que aquello no podía interesar más que a cuatro nostálgicos de Sidi-Ifni, que
Dupuis, la editorial para quien realicé el álbum, me diría que aquello le
importaba menos que cero a los lectores franceses… Afortunadamente me equivoqué
y la acogida ha sido extraordinaria.
El caso de
Altarriba y Gallardo es algo distinto ya que fueron ellos quienes instaron a
sus padres a escribir las memorias, muchos años después. En cambio, el tuyo las
escribió tras acabar el servicio militar. ¿Por qué lo hizo?
Recuerdo
haberle oído decir que aquellos 18 meses fueron los más intensos de su vida. No
sé si lo dijo muy en serio o no, en cualquier caso le marcó profundamente y
quiso dejar constancia de ello, para no olvidar ni un detalle. Escribió muchas
páginas, tantas que tuve que descartar un montón de anécdotas e historias muy buenas.
Y a pesar de escribir todo aquello, se aseguró que también las recordarían sus
hijos y esposa, por eso nos las contaba una y cien veces.
En cierta
forma lo comprendo. Mi padre le deslizaba notas de amor a mi madre bajo la
puerta del patio donde vivía. Tenían 8 o 9 años. Luego, con 18, empieza a
descubrir un montón de cosas excitantes, en aquellos años grises, y cuando está
en el mejor momento de su vida, cuando se ha enrollado con la chica que siempre
quiso desde niño, lo raptan y lo mandan a un territorio desértico, en el
continente africano, donde tres años antes han estado en guerra y las
hostilidades pueden reanudaste en cualquier momento. Hambriento, sediento,
comido por los chinches…
No vino ni una vez a la península. Bueno, como mínimo
es para enfadarse… Y en cierta forma ese es un elemento recurrente en mis
historias. Esa oposición entre el mundo de los jóvenes y el de los adultos. Esa
odiosa barrera que una vez traspasada te convierte en una oveja más del rebaño,
cargada de ataduras y responsabilidades que impedirán que te conviertas en un
elemento autónomo, crítico… peligroso.
Lo
mandaron a Ifni, en 1962, sin tener ni idea de lo que había pasado allí pocos
años antes.
Parece ser
que entre los jóvenes de la época se comentaba con cierta extrañeza la cantidad
de reclutas que se enviaban a África. No sabían muy bien por qué, pero habían
muchas posibilidades de que te tocase aquel destino. Y en su caso también fue
así.
Franco ya
se ocupó de pasar de puntillas por el tema. La información fue mínima y
maquillada a medida. Nadie supo de esa guerra, en todo caso se trató de una
escaramuza de bandidos mal armados. Si el conflicto se hubiese vuelto a
reproducir, no hubieran salido bien parados, como ya ocurrió en 1958. Era un
ejército pésimamente equipado, mal alimentado y, lógicamente, sin ninguna
motivación.
Y tu
madre, en Barcelona, esperándolo casi dos años. Esa también es otra historia,
la de las chicas que se quedaban en casa esperando la vuelta de sus novios en
pleno franquismo.
La parte
civil del álbum era el complemento necesario, el contrapunto que daría a la
historia la dimensión que necesitaba. Fue una sugerencia de mi madre. La
historia no sería nada sin ese punto de vista que permite completar el círculo.
Esta parte
de la historia ayuda a comprender la maquinaria represora franquista. Ese
trabajo de fondo que hacía mella en las mujeres, orientándolas a un papel de
esposas, madres y guardianas de la fe y las buenas costumbres. Mi madre
confesaba que se sintió un poco avergonzada de habernos tenido demasiado tarde.
Mis dos hermanos y yo nacimos cuando ella ya había cumplido los 27, imagina
cómo era la presión social para llegar a sentirse mal por ser madre de tres niños
con esa edad.
Me gusta
mucho este cómic porque mezclas muy bien tu propio presente con la
juventud de tus padres. Dos épocas muy distintas…
Siempre me
ha gustado mucho trabajar los contrastes. Es cuando trabajas la oposición entre
caracteres, situaciones o lo que sea, que empiezas a disfrutar de una historia.
Puedes tomar partido por uno u otro, o simplemente observar lo que se muestra
sin más. Pero enfrentar elementos dispares siempre mueve neuronas, favorece la
discusión, los momentos de humor…
A menudo
recuerdo lo bien que me lo pasé con algunas portadas que hice para la revista
El Víbora, en los 90, donde explotaba este tipo de situaciones.
Se te ve
sufrir un montón a la hora de elaborar el guión. ¿Tanto te costó hilvanar la
historia?
El guión
siempre es la parte que más me cuesta, pero en este trabajo fue más duro aún.
Yo intentaba contar esa historia personal, pero sin olvidar en ningún momento
que hacía un tebeo para el resto de la gente. Ellos no tienen por qué estar
interesados en lo que vivió mi padre durante su servicio militar. Encontrar el
tono adecuado y conseguir el equilibrio necesario para que todos pudieran
sentir la historia como suya me obsesionaba. Quería una historia para los
lectores, para mis padres y para mí. Sí, la historia también tiene que ser para
mí, porque trabajaré en ella durante más de un año, día a día, y si no tengo un
fuerte compromiso con el proyecto puede convertirse en algo aburrido y
tortuoso, y uno no se dedica a hacer tebeos para aburrirse. Así que escribí de
forma lenta y reflexiva, luego reescribí una gran parte y trabajé de forma más
visceral, y acabé haciendo un storyboard
completo, cogiendo lo mejor de cada borrador.
La
cuestión es que tu padre lo pasó fatal. En cambio, a vosotros, de niños os contaba
otra cosa... Como si hubiera vivido una gran aventura fascinante.
De
pequeños no quería contarnos desgracias, claro, así que nos explicaba
aventuras, como cuando amaestró una ardilla y cosas así. Luego, de adultos,
fuimos conociendo las partes menos divertidas de su mili, todas las
incomodidades, el hambre, los parásitos… Lo peor lo guardó en su libreta. Trató
de arrinconar su frustración en aquellas páginas y contar lo menos malo, como
tratando de olvidar que le robaron un tiempo precioso, el más valioso, el
tiempo de la juventud. En la libreta se aprecian momentos de odio hacia los
superiores, como cuando abusan de su autoridad y golpean a los reclutas, o
situaciones similares.
¡Este
relato te ha dado para mucho! Hasta el argumento para tu nuevo
cómic en el que estás trabajando ahora, ¿no?
Estoy
trabajando en la historia de mis abuelos maternos. No es una continuación de
Las guerras silenciosas, no soy amante de las series. Simplemente tiene en
común que es también una historia familiar, anterior en el tiempo, donde
algunos personajes repiten.
Volviendo
al tema de la oposición entre el mundo de los jóvenes contra el de los adultos,
trataré de cómo el conflicto les privó de aquello que les hubiera tocado vivir
como chavales de 20 años que eran. Los dos vivieron acontecimientos
extremadamente violentos que les marcaron para siempre. Mi abuela, con 80 años
cumplidos, aún lloraba cuando recordaba a sus amigos asesinados por los
fascistas, tirados en la calle a modo de ejemplo. Es una historia muy difícil,
donde se mezcla lo personal y lo histórico. A mí me gustan las historias
pequeñas, por eso la parte personal tiene más protagonismo, mientras que el
contexto histórico es algo que simplemente está ahí y no se puede eludir. Será
la "Historia" contada por mis abuelos, la que ellos vivieron, no la
de los libros. No me preocupa que pueda parecer parcial, me limito a contar
cómo vivieron ellos esos años.