Retrato de Charles d'Espagnac (el Conde de España) |
Investigando sobre un tema en el que
estoy trabajando, he descubierto un montón de cosas de las que, hasta ahora,
sabía poco o nada. Una de ellas es que
en plena Edad Media había, en Barcelona, un jardín donde convivían osos,
guepardos, leones, avestruces y no sé cuantas más especies de animales y que ya conté hace poco en el blog.
Lo que ahora he descubierto es la
historia de un hombre malo. Terriblemente malo. Vivió en el siglo XIX y amargó
la vida de nuestros antecesores. Era tan malvado que murió asesinado por su propia gente, los carlistas, a los que se había unido. Lo cogieron por sorpresa mientras cruzaba un puente sobre
el río Segre. Luego le desfiguraron la cara
con un cuchillo y lo tiraron al río con una gran piedra atada al cuello para
asegurarse que el cuerpo fuera directo al fondo. Era Charles d’Espagnac, también conocido como
el Conde de España.
Litografía de Planes, representando la muerte del Conde de España (Fototeca.cat) |
Hace unos días supe de su existencia al
buscar información sobre la Plaza de la Verónica en “Las calles de Barcelona” de Víctor Balaguer. El autor cuenta que
el Conde hizo allí un auto de fe y quemó más de 2.000 libros procedentes de la
selecta biblioteca de un médico que, casualmente, era pariente del mismo Víctor
Balaguer. Según sus propias palabras “…
más de dos mil volúmenes fueron llevados a la plaza de que hablamos, y allí se
hizo con ellos un gran fuego. El general, siempre rodeado de mozos de escuadra,
permaneció allí hasta que todo estuvo reducido a cenizas”.
Leído esto, mi curiosidad me llevó hasta un
par de artículos publicados en “El País”. Uno,
de Xavier Theros y el otro de Juan Carlos Losada (autor junto a Gabriel Cardona, del libro “Malos de la historia de España”). En
ambos textos, Theros y Losada describen con todo detalle las barbaridades que
esa mente enferma llegó a cometer. Se
trataba de un personaje excéntrico, violento, misógino y muchas cosas más
aunque ninguna buena.
Charles d'Espagnac era un francés nacido en 1775. Su padre era el marqués de Espagnac, motivo por el
cual Charles pudo entrar a servir en la corte de Luís XVI a muy temprana edad
hasta el momento de empezar la Revolución Francesa (1789), en que él y su
familia huyeron a Inglaterra y luego a España, donde vinieron en 1792.
Charles llegó a España con ganas de
venganza y en seguida se puso al servicio del rey Carlos IV, castellanizó su nombre, cambió su apellido
Espagnac por España y siguió sirviendo al rey de turno. Ahora Fernando VII, que
le dio el título de Conde, además del de Jefe de la Guardia Real.
Retrato de Fernando VII (Francisco de Goya, 1814) |
Mientras, en Cataluña empezaban las
primeras revueltas anti monárquicas y, para acabar con ellas, Fernando VII y el
Conde (en calidad de Capitán General) vinieron a Barcelona donde empezó el
baile de prohibiciones: el pelo largo y llevar bigote, las trenzas de las
mujeres (a quienes se perseguía tijeras en mano para cortarles el pelo), los
anuncios de anti hemorroides publicados en la prensa…
El Conde mandaba perseguir y erradicar
todo lo que, según él, fuera inmoral. Él era un hombre de profunda
religiosidad, de misa diaria y de esos de “a Dios rogando y con el mazo dando”
aplicado de forma literal, ya que obligaba a rezar el rosario en todas
las fábricas, justo antes de acabar la jornada laboral y, quien se negara,
acababa en prisión.
Además, dicen que le gustaba beber. Solía
mezclar en un mismo vaso aguardiente y ron provocando, en su cuerpo y su mente,
un efecto devastador. Una vez, no sé si tras tomarse un trago de su brebaje
favorito, vio a dos chicos bien vestidos paseando por el puerto. Los llamó
desde el balcón de su palacio y los llevó ante su presencia para mofarse de su
aspecto refinado. Luego, como castigo, los mandó subir a un barco que se
dirigía a Cuba y, durante el viaje, uno de los chicos murió.
En otra ocasión, ordenó fusilar un
caballo porque el animal lo había tirado al suelo. Otro día, hizo que le
subieran su caballo hasta el balcón de palacio para saludar, subido a lomos, a
un grupo de holandeses que acababan de llegar al puerto.
En Barcelona sembró el terror. Lo
consiguió a base de ejecuciones masivas, en solo un par de años (1828-1829), de
las que los ciudadanos se enteraban por los cañonazos que el Conde ordenaba
lanzar tras cada ejecución. Por eso no es de extrañar que
su vida acabara como acabó.